lunes, 23 de febrero de 2015

Sunkies: Los Guardianes de la Cueva de los Tayos


Sunkies: Los Guardianes de la Cueva de los Tayos

Ricardo Gonzalez
CUANDO SE ESCUDRIÑA EL MISTERIO DE LA CUEVA DE LOS TAYOS, ES INEVITABLE MENCIONAR LAS PRESUNTAS PLANCHAS METÁLICAS QUE AFIRMÓ HABER VISTO MORICZ, O LA EXTRAÑA VISITA DEL ASTRONAUTA NORTEAMERICANO NEIL ARMSTRONG (RECIENTEME FALLECIDO) A SUS OQUEDADES EN JULIO DE 1976. SIN EMBARGO, ESO NO ES TODO: HAY SERES QUE VIGILAN ESE ESQUIVO MUNDO SUBTERRÁNEO...

EL PRIMER ENCUENTRO CON LOS SUNKIES

En agosto de 2002, en la expedición que me permitió permanecer tres días al interior de ese fascinante reino subterráneo, conocí a los esquivos celadores de la Cueva de los Tayos. Tal vez, “ellos” fueron el verdadero interés de las expediciones científicas que intentaron desvelar el misterio de estos túneles del oriente selvático ecuatoriano.

Aún recuerdo con total nitidez cómo aparecieron esos seres al interior de la Cueva…

Volvíamos de explorar una suerte de “Anfiteatro” al interior de la Cueva. Una cavidad inmensa con claras construcciones artificiales que, por la limitación de nuestras cámaras y la penetrante oscuridad, no pudimos fotografíar.

Llegamos al campamento base, ubicado en una zona que llamamos por su apariencia “El Domo”. Y decidimos realizar una práctica de meditació para relajarnos y sintonizarnos mejor con el lugar. Nuestras linternas estaban obviamente apagadas. Y fue así que, de pronto, alpoco tiempo de haber iniciado nuestra mediatación, se empezaron a escuchar unos pasos, algunos de ellos muy evidentes, ya que hacían ruido en los charcos de agua que nos circundaban.



Nadie se animó a hacer nada en ese momento. Sólo tratábamos de discernir qué pasaba. José, un comando entrenado del Ejército ecuatoriano que nos acompañaba como guía, sacó silenciosamente su cuchillo sin moverse, pensando en que alguien más había entrado a la Cueva detrás de nosotros. Entretanto, en mi mente veía a pequeñas figuras, como si fuesen niños, de cabeza más grande que el cuerpo y con unos grandes ojos negros y oblicuos. ¡Eran varios y se nos estaban acercando!

Cuando los observé en mi mente, y escuchaba los pasos cada vez más cerca, una emoción muy grande empezó a apoderarse de mí. Nadie atinaba a hacer nada. Todos nos hallábamos inmóviles, quizá porque no queríamos echar a perder lo que se estaba dando allí.

Yo seguía visualizando, como hipnotizado, a esos seres. Se veían sumamente inofensivos y pacíficos. Vi que uno de ellos empezó a acercarse por detrás mío, observándome con curiosidad. Entonces estiró su delgado brazo, con timidez, con la clara intención de tocarme...


―¡Ahhhh! ―grité sin poder contenerme cuando sentí que alguien me tocaba el brazo...

Acto seguido escuchamos un sinnúmero de pisadas que se alejaban rápidamente del lugar. Como pudimos, encendimos las linternas y recorrimos “El Domo” con los haces de luz de forma desordenada, sin hallar nada. José tenía aun el cuchillo en la mano, pero no había sentido utilizarlo pues no sintió peligro en esa “visita”.
Todos, inevitablemente, me miraban.

En ese momento me sentí mal por la situación. Pensaba que mi súbita reacción había espantado a nuestros visitantes, arruinando la posibilidad de un contacto con ellos. ¿Cómo pude comportarme así después de todo lo que había vivido en otros viajes y experiencias? Mi reacción no tenía nada que ver con el miedo, sino con la sorpresa, pues me hallaba totalmente metido en las imágenes mentales de esos seres. En aquel momento no me imaginaba que me tocarían físicamente. Y eso no fue todo: en mi brazo derecho, había quedado la marca de tres pequeños dedos, generada por el barro que tenían adheridos. Todos vimos la marca y nos quedamos petrificados.

Mientras miraba la clara impresión de aquellos dedos en mi brazo, recordaba las imágenes mentales de los misteriosos hombrecillos, moviéndose con agilidad en los túneles y apoyando sus manos en las paredes húmedas de “El Domo”. Ello podría explicar el barro adherido. Habían estado físicamente con nosotros…

Aquellas juguetonas criaturas me recordaron una vieja creencia shuar, que habla de los sunkies y nunkuies: habitantes del mundo subterráneo y los ríos. A raíz de esta experiencia, decidí bautizar a aquellos escurridizos moradores de las cuevas con el nombre de “sunkies”. Al final de nuestro viaje supe por Silverio Cabrera ⎯profesor y líder de la Federación Shuar de Coangos⎯ que los shuar los conocían y respetaban mucho… Y no sólo eso: el propio Moricz los había visto.


Fuerte, muy fuerte este viaje ―me decía en mis adentros mientras llenaba la olla con el agua de una cascada cercana―. Ya era el tercer día dentro de la Cueva de los Tayos: lunes 12 de agosto de 2002. Pero tendríamos oportunidad de ver nuevamente a esos seres.


La segunda y definitiva aparición

Hubo una nueva oportunidad. Y tal como ocurrió en “El Domo”, la experiencia se precipitó luego de otra práctica extrasensorial. Esta vez en el “Oratorio de los Caras”. Nuestro viaje, como he dicho antes, no se basaba únicamente en explorar el lugar, entrevistar a los shuar, sacar fotografías y recopilar toda la información posible. Más bien diría que la investigación de la Cueva de los Tayos cumplía un papel secundario. La esencia de nuestro trabajo era el contacto con los guardianes, y éste se estaba produciendo cada vez que nosotros “sentíamos” la Cueva más que “verla”.


Estoy seguro de que Moricz y Goyén fueron los únicos que vieron la Biblioteca Metálica por su capacidad de sentir. Cualidad que, sin duda, fue “evaluada” por los custodios del mundo subterráneo. Los intraterrestres sabían que Moricz y Goyén tenían buenas intenciones y que nunca entregarían la “Cámara del Tesoro” al profano. Hasta el último de sus días, Moricz cumplió el “pacto”. Y de la misma forma Goyén. Si un sinnúmero de expediciones han fracasado en hallar las galerías secretas o dar con los esquivos guardianes de la Cueva de los Tayos, se debe a lo antes expuesto: se preocuparon en apertrecharse con sofisticados equipos, en contar con el apoyo de militares ―y en algún caso acuerdos con servicios de inteligencia―, o disponer del financiamiento de bancos de renombre que estaban como locos por poner las manos en alguna de esas láminas de oro. Pero se olvidaron de lo más importante…

Resultaría difícil detallar aquí la experiencia espiritual que vivimos en el “Oratorio de los Caras”. Fue una conexión poderosa ―diría sobrenatural― con la Cueva de los Tayos. Luego de esa práctica que nos permitió reunir importante información sobre los intraterrestres, sentí alejarme hacia el inmenso salón que fue rebautizado con el nombre de “Stanley Hall”. Podía “escuchar” el llamado de alguien en ese lugar. Y sabía que tenía que ir solo.

Decidido, caminé hacia esa galería. Mis compañeros permanecieron en el “Oratorio de los Caras” meditando. La práctica que llevamos a cabo allí estaba generando algo extraordinario en la Cueva, un fenómeno extrañísimo.

No sé cómo sonará esto: de pronto, las paredes y el techo de la gran galería que penetraba, empezaban a mostrar imágenes del Universo. Debo decir que por un momento pensé si me estaba volviendo loco, o si los tres días dentro de la Cueva me habían trastornado. Pero no. Aquello lo veía físicamente a pesar de la oscuridad que inquietada la débil luz de mi linterna. ¿Qué cosa estaba sucediendo? ¿Por qué esas escenas de mundos y galaxias? Luego supe que al resto del grupo le ocurrió lo mismo…

¿Acaso fue una suerte de alucinación colectiva? ¿O alguna fuerza desconocida se “activó”, nuevamente, con nuestras prácticas de meditación en el lugar?

“Lo que ves, no está fuera de ti”... Fue lo que “escuché” como respuesta inmediata a mis cuestionamientos. Y no era exactamente una voz, sino una “sensación” que comprendía.

“Algo” intentaba comunicarse conmigo.

“Tú estás proyectando lo que fue sembrado en ti”... Me dijo mi invisible interlocutor, inquietándome todavía más. ¿De dónde procedía ese mensaje? ¿Lo estaba imaginando todo?

Y nuevamente fue una luz la que aparecería en escena cuando me preguntaba quién era el emisor de esta supuesta comunicación: una pequeña esfera de luz ―quizá la misma que viera el grupo en “El Domo”, al inicio de nuestra expedición subterránea― se movía lentamente en la galería, como flotando. Y se dirigía hacia mí… Mientras se acercaba, noté que las abundantes ratas y los siempre frecuentes ―y molestosos― murciélagos, se iban. Un silencio impresionante invadió de pronto el lugar. Entonces, la esfera, que se había colocado frente a mí, se empezó a deformar, como si se estuviese alargando, estirándose hacia arriba y abajo al mismo tiempo. Fue impactante observar cómo esta pequeña luz iba adquiriendo una proporción mayor hasta formar una clarísima silueta humanoide, de un 1.90 m de estatura, delgada, muy similar a otras “proyecciones” que habíamos visto en experiencias anteriores, sólo que en esta oportunidad los guardianes interdimensionales nos permitían observar su forma real y cómo pueden tomar apariencia “humana”.

Así, aquella figura que estaba “materializada” frente a mí ―no pude distinguir si era “hombre” o “mujer” ― me transmitió una serie de sensaciones que mi mente comprendió con facilidad. Simplemente se estaba comunicando.

Me “dijo” que ahora tomaba esta apariencia para que fuéramos concientes de que ellos habían empleado la misma transformación humanoide en otros contactos, ya que si hubiésemos enfrentado desde un principio la apariencia real de su “esencia”, ello nos hubiese desconcertado. Ver el “yo superior” de aquellos seres es de por sí estremecedor; es como estar ante el reflejo de la esencia de uno mismo, porque a fin de cuentas ―como se me dijera en una experiencia anterior en Mount Shasta― los seres humanos somos así en realidad: esferas de luz pura. Aunque este tipo de encuentros no es materia nueva para nosotros ―y ello lo saben mejor que nadie los grupos de contacto de Uruguay y la Argentina, que en Aurora y en el Valle de los Terrones han vivido fenómenos muy similares―, este acercamiento era posiblemente uno de los primeros que hablaba abiertamente del significado de esas esferas de luz y su relación con nuestra propia chispa divina que nos conecta con los orígenes de la Creación. Por ello las imágenes del Universo… Una conexión que podría repetir ―y con mayor fuerza― en una nueva experiencia en Egipto. Pero esa es otra historia.

Aquella entidad de luz, que antiguamente tuvo cuerpo físico, hoy se constituye en uno de los guardianes que protegen el Santuario de la Cueva de los Tayos. Me “dijo”, además, que la experiencia en el “Oratorio de los Caras” había sido guiada por ellos con la intención de entregarnos importante información sobre el lugar. Información que con el tiempo emplearíamos para llegar a otros enclaves en el mundo. Aquel ser me explicaría que el conocimiento a revelarse era tan profundo que hubiese sido imposible entregarlo al grupo en una sola interacción con ellos; por ese motivo decidieron “depositarlo” en nosotros, con la esperanza de que con el tiempo pudiésemos asimilarlo, aplicarlo y posteriormente transmitirlo.

Debo mencionar que este “procedimiento” ya había sido puesto en práctica por los intraterrestres en otras experiencias, demostrando su eficacia. Pero en esta ocasión, pienso, éramos más concientes de todo lo recibido.

Mi mente ―y mi corazón― estaban procesando todo esto a una velocidad vertiginosa. Ya casi me había olvidado que tenía frente a mí una silueta de luz blanca “hablándome”.

Fue allí cuando advertí que había alguien más en el inmenso salón “Stanley Hall”. Sentía presencias detrás de mí. Inmediatamente, el ser de luz me indica que mire en esa dirección. Me volví con cautela, y allí descubrí a cuatro pequeñas criaturas humanoides, que de inmediato se cubrieron sus grandes ojos negros cuando les alumbré con mi linterna. Eran los sunkies...


En medio de mi fuerte impresión de verles cara a cara, físicamente, el ser de luz que seguía pacientemente mis reacciones, me diría:

“Les molesta la luz porque no están acostumbrados a ella. Fueron creados para vivir en la oscuridad. Son tan antiguos como ustedes, y nacieron en la Tierra. Sus padres también fueron los mismos...”

En aquel instante comprendí lo que se me decía… De acuerdo a nuestra experiencia de contacto, el ser humano es producto de dos procesos: la evolución natural y una intervención genética que fue llevada a cabo por inteligencias extraterrestres. Hoy por hoy muchos científicos no descartan la posibilidad de que la vida haya llegado “dirigida” desde el espacio a la Tierra ―como lo sugería el Premio Nobel Francis Crick― e incluso de que seres humanos primitivos hayan sufrido algún tipo de “modificación” por mentes avanzadas de otros mundos, tal y como atesoran las leyendas y mitos de distintas culturas antiguas de todo el globo.

Ahora bien, mensajes de origen extraterrestre sostienen de que el hombre fue producto de una intervención genética, desarrollada hace millones de años en un paraje que, supuestamente, existió en el océano Índico: Lemuria. Los sunkies, supuestamente, eran parte de ese experimento paralelo: los seres extraterrestres que efectuaban sus experimentos científicos, pensaron en aquel momento en crear una raza subterránea, ya que la superficie del planeta era muy inestable y peligrosa. Pero luego lo abandonaron. En otras palabras, los sunkies serían como nuestros hermanos secretos. Aquellos pequeños seres de grandes ojos negros hicieron del mundo subterráneo su morada. Por ello son nictálopes ―es decir, que ven mejor en la oscuridad―, desarrollando un gran nivel de sensibilidad y conexión con la Tierra al vivir dentro de ella.

Los sunkies ―me explicaba la entidad luminosa― se encuentran en peligro de extinción al ver sus fuentes de energía contaminadas: los ríos, lagos, bosques, e inclusive el aire, porque lo respiran a través de ingeniosos conductos de ventilación. En ese momento veía en mi mente cómo el ser humano destruía la naturaleza. De manera especial recuerdo imágenes de detonaciones atómicas en el subsuelo y el fondo marino; por la fuerte radiación que emiten, han afectado a muchos de los sunkies, pues son muy frágiles y sensibles ante las detonaciones y sus consecuencias. Ahora estarían desapareciendo producto de esa contaminación, sin olvidar la psíquica, que también es tan peligrosa como las mismísimas armas de destrucción masiva (como la energía que emite la depresión humana, tristeza, o pesimismo al planeta).

La importancia de ellos radica en que son los principales moradores del mundo subterráneo, y los conocedores de los caminos secretos a los “archivos” que protege la Hermandad Blanca. Conviven con los Maestros, por tanto era importante empezar a familiarizarnos con estos seres para cuando llegue el día en que en representación de la humanidad, penetremos físicamente en las Galerías de los Registros. Desde luego, no son entidades malignas, ni negativas, y no hay que confundirlos con los llamados “grises”, que tanto ha popularizado la ufología amarillista. Los sunkies son criaturas positivas, conectadas con la energía del planeta.

Ver a esos pequeños seres, allí expectantes ―y ellos observándome también con curiosidad― produjo en mí una sensación extrañísima. Inolvidable...
Entonces se marcharon rápidamente, desplazándose con agilidad mientras el ser de luz empezaba a difuminarse, hasta desaparecer...

Cuando salí de la gran galería para reunirme con mis compañeros, estaba convencido de que todo esto era sólo el principio.

Emocionado, comenté a los muchachos mi encuentro con el ser de luz y los sunkies, y el nativo shuar me dijo que en el mismo lugar donde vi las criaturas, ellos habían hallado extrañas huellas “no humanas”. La impresión que le causó a José esta incursión a la Cueva de los Tayos, como es de imaginarse, le cambió la vida. Y a nosotros también.


En la superficie

A pesar de que este relato circuló libremente en internet, algunos amigos me sugirieron que lo omitiera en cualquier nueva publicación, como un libro o artículo, pues la experiencia con los sunkies podría quitar “credibilidad” a todo cuanto habíamos investigado estos años en relación al mundo intraterrestre. Pero ya lo he dicho muchas veces: más que un investigador, me considero un testigo. Y no podía ocultar lo que había visto y vivido…

Obviamente, me resultaría más fácil enfocar estos enigmas única y exclusivamente desde una perspectiva racional y verificable. Hay suficiente material para hacerlo. Pero el panorama sería incompleto. Y no sería honesto. Desde que volví de las selvas del Paititi en 1996 y publiqué mi primer libro cuando era un veinteañero, me comprometí en difundir la existencia de esos seres que sé son positivos y esperan lo mejor de nosotros. ¿Cómo podría hacer algo distinto luego de haberles conocido?

Mientras me ataba el arnés para subir a la superficie, donde nuestros amigos shuar esperaban la orden para tirar de la soga, pensaba que esta experiencia en la Cueva de los Tayos sería la clave para todo lo que vendría después.

Ver nuevamente los rayos del Sol, aquella mañana del 13 de agosto de 2002, parecía un sueño. Pero allí estábamos, subiendo por el túnel vertical que nos condujo al mundo subterráneo. Salíamos totalmente renovados. Como si estuviéramos naciendo a una “segunda vida”.

Al llegar a Coangos, José, nuestro inseparable acompañante dentro de la Cueva, nos pidió que ayudáramos a su mujer que se hallaba enferma a través de una de las prácticas que nos había visto realizar en “El Domo”. Debo decir que esta actitud de confianza en nosotros no es usual para cualquier extraño. Daniel Garcia ⎯un abogado de Quito, que forma parte de los grupos de contacto⎯ y yo, visitamos a la mujer y la envolvimos en luz, aplicando todo lo que habíamos aprendido estos años en nuestra experiencia. José y su mujer se mostraron más calmados y complacidos.

Luego tuvimos una larga conversación con Silverio Cabrera sobre los sunkies. No sólo los conocía. Tenía evidencias poderosas. Pero guardaré los detalles y algunas cosas que nos mostró por una promesa que le hicimos…

Una vez que nos despedimos con un fuerte abrazo, nos pusimos las mochilas al hombro para seguir el sendero ―aun con lodo― que nos llevaría a “La Unión” e inmediatamente a Yuquiansa. Fue duro volver a la civilización. Pero volvíamos distintos.


Las confirmaciones

Al llegar a Quito, nos enteramos que la ciudad había sido sacudida por una oleada ovni. No nos resultó casual. Esta situación disparó el interés de los medios para entrevistarnos. De esta forma tuvimos diversas entrevistas en estaciones de radio y TV, una de ellas en el conocido programa “La Televisión” de ECUAVISA, que se transmite cada domingo a todo el país. En aquel reportaje que nos realizaron en las lagunas de Mojanda, pude exponer nuestro viaje a la Cueva de los Tayos, generando un gran interés en el público.

Luego de mis actividades en Quito viajé a Guayaquil por invitación del Centro Holístico, una organización que sigue las enseñanzas de la Fundación Cayce de Estados Unidos. Allí fui entrevistado para el noticiario de la cadena internacional TELEMUNDO, y nuevamente para un magazín de ECUAVISA. Las puertas se seguían abriendo y la noticia de nuestra expedición estaba en boca de todo el mundo.

Precisamente, hallándome en Guayaquil, mi buena amiga Jaqueline Vásquez, al conocer los pormenores de nuestra experiencia en la Cueva de los Tayos, me sugirió ver al Dr. Gerardo Peña-Matheus, amigo personal y abogado de Juan Moricz. Era una buena idea. Sin pensarlo mucho, decidí contactar con Peña-Matheus. Lo ubiqué y rápidamente acordamos en reunirnos en su oficina, emplazada en el centro de la ciudad.

Cuando me recibió en su despacho, abarrotado de libros antiguos, me dijo a boca de jarro:

―¿Entonces, usted es un investigador?

―No exactamente ―le dije mientras me sentaba frente a su amplio escritorio―. Escribo sobre los encuentros que he tenido con los seres del mundo subterráneo.

El abogado frunció el ceño y me dijo: “¿Qué quiere decir con eso?”

Luego de responder su gesto con una sonrisa, compartí con él los viajes que hicimos a Paititi, especialmente el encuentro con Alcir en 1996 (“Los Maestros del Paititi”, Ediciones Luciérnaga, Barcelona) y el mensaje de las civilizaciones intraterrestres de acuerdo a nuestra experiencia.

―¿Quiere saber algo? ―me dijo reflexivo y muy emocionado luego de escucharme―; usted es la primera persona que conozco después de Juan (refiriéndose a Moricz) que ha tenido un encuentro con los “Taltos”.

―¿Quiénes son los Taltos? ―pregunté intrigado.

―Con Juan nunca quisimos hablar abiertamente de ello ―habló con voz calmada―; ya lo creían loco cuando sólo mencionaba la Cueva... Pero Juan tuvo un encuentro con los moradores de los Tayos; ellos le permitieron ver la Biblioteca Metálica…

Entonces se dirigió a su bien dotada biblioteca, y vino con un diccionario de Magiar-Castellano.

―En Magiar, el idioma ancestral de Hungría, la palabra “Talto” se puede traducir al castellano como “Ser Superior” ―explicaba.

―¿Y cómo eran esos seres superiores? ¿Son los únicos guardianes del lugar? ―inquirí.

―Según Juan hay tres tipos de guardianes: los de “superficie”, que serían los nativos shuar; luego tienes a los guardianes del mundo intraterrestre, que son unos seres pequeños, que cierran las puertas de acceso a las salas donde viven los “Taltos”, que son hombres altísimos, los custodios de la biblioteca metálica…

La afirmación del abogado y viejo amigo de Moricz me estremeció… Confirmaba todo lo que habíamos vivido en la Cueva de los Tayos. Los sunkies eran los “celadores” de los túneles. Incluso, el Dr. Peña-Matheus me dijo que los “Taltos” tenían la facultad de “corporizarse como figuras de luz”, y que Moricz había sido contactado en repetidas ocasiones de esa forma... ¡Increíble!

Luego de esta extraordinaria experiencia en la Cueva de los Tayos, hemos tenido nuevas aproximaciones con los Sunkies, experiencias de las que han participado muchos testigos, en lugares como Mount Shasta (California, Estados Unidos), Roraima (Canaima, Venezuela) o Talampaya (Rioja, Argentina).

Los sunkies son seres luminosos, positivos, y fueron la verdadera y oculta razón del interés en la Cueva de los Tayos. Una tabla metálica con símbolos ni tiene el mismo valor que un especie “no-humana” viva.

Pero, afortundamente, esas maravillosas criaturas siguen a salvo. Y las entradas a la Cueva de los Tayos, cerradas para el cazador de aventuras…

Ricardo González