miércoles, 25 de febrero de 2015

Una Ciudad Extraterrestre en la terra







UNA CIUDAD EXTRATERRESTRE EN LA TIERRA
Paititi es una ciudad construida sobre la meseta del Pantiacolla. Una montaña donde nace el río Siskibenia, la cual era conocida en el pasado por los escasos habitantes de la zona, por estar atravesada por insondables túneles donde vivían los “Paco Pacuris”, quienes eran los Sabios Maestros Guardianes vestidos de blanco quienes cuidan los registros de la historia del Mundo.



A esta ciudad se accedería por el caudaloso y peligroso río Alto Madre de Dios, siguiendo más adelante por sus afluentes, desafiando la jungla, y llegando después de varios días al Pongo de Mainiqui o Cañon de Pusharo, donde sobre un muro vertical de piedra aparecen multitud de petroglifos con corazones y rostros humanos, los cuales advierten del ingreso en un territorio prohibido, controlado por la Hermandad Blanca, y donde solo aquel que es capaz de hablar con el lenguaje del corazón puede entrar y volver vivo.



La mayoría de los exploradores al llegar aquí desiste de continuar por cuanto el lugar prueba violentamente a quienes sin haberse preparado lo suficiente se acercan, envolviéndolos en terribles tormentas y fenómenos atmosféricos.

Si uno se atreve a continuar desafiando el estrecho, peligroso y extenso cañón y la espesa jungla, pero sobre todo los propios miedos, llegará al cabo de tres días al pie de la montaña del Pantiacolla, donde los tres posibles ingresos a la ciudad son: a través de una oscura y engañosa Laguna cuadrada de aguas estancadas y profundas, llenas de feroces peces depredadores; o por una intrincada caverna laberíntica llena de abismos y habitada por jaguares; o por una casi invisible pero resbalosa cueva dentro de una cascada infestada de anacondas .


Dentro de la ciudad hay un templo, donde se encuentra “El Gran Disco del Sol”, verdadero Portal entre las dimensiones, y que alguna vez lució su esotérica magnificencia en los muros del Templo del Coricancha en el Cuzco.

La leyenda de Paititi ha perdurado en la mente de muchos hombres. Ya en el siglo XVII corría como reguero de pólvora la noticia de una ciudad fantástica, misteriosa , y que albergaba grandes tesoros que pertenecieron supuestamente a los incas.
Lo que más ha contribuido al conocimiento de la presunta existencia de Paititi son los pretroglifos de Pusharo. Estos extraños grabados habrían sido descubiertos en 1921 por el misionero dominico Vicente de Cenitagoya, hallándolos en una gigantesca roca que se acomoda a orillas del río Sinkibenia, considerado sagrado por los indios machiguengas.

Más tarde, los petroglifos fueron observados por numerosos exploradores. Ya en 1970, el sacerdote y antropólogo Torrealba, fotagrafió y estudió los grabados.

Muchos investigadores coinciden que los petroglifos no fueron hechos por los incas, entonces, ¿quién los hizo?

Pusharo no es la única evidencia de una obra humana en las enmarañadas selvas de Madre de Dios; también se han encontrado numerosas ruinas y hasta caminos parcialmente pavimentados. Las pirámides de Paratoari son una prueba fehaciente de estas obras.

En diciembre de 1975, el satélite norteamericano Landsat 2, que formaba parte de un ambicioso proyecto de la NASA, logró unas extrañas fotografías en la misteriosa cadena del Pantiacolla. El enigma se inició cuando el satélite fotografió en esta zona unos “10 puntos” – debido a la altura -, agrupados en pares (2 filas de 5) que sugerían según posteriores análisis, pirámides de cima trunca de proporciones enormes.

Por si todo esto fuera poco, en la insólita meseta se han reportado numerosas expediciones desaparecidas, perturbaciones electromagnéticas en los instrumentos, “apariciones” de inusitadas luces, ruidos extraordinarios que parecen surgir del suelo, y para añadirles el ingrediente final, los relatos de los machiguengas, quienes afirman – con total naturalidad – que al otro lado – con esto se refieren al Pongo de Mainiqui – existe una civilización muy antigua que lo “sabe todo”.
Paititi es una ciudad construida sobre la meseta del Pantiacolla. Una montaña donde nace el río Siskibenia, la cual era conocida en el pasado por los escasos habitantes de la zona, por estar atravesada por insondables túneles donde vivían los “Paco Pacuris”, quienes eran los Sabios Maestros Guardianes vestidos de blanco quienes cuidan los registros de la historia del Mundo.



A esta ciudad se accedería por el caudaloso y peligroso río Alto Madre de Dios, siguiendo más adelante por sus afluentes, desafiando la jungla, y llegando después de varios días al Pongo de Mainiqui o Cañon de Pusharo, donde sobre un muro vertical de piedra aparecen multitud de petroglifos con corazones y rostros humanos, los cuales advierten del ingreso en un territorio prohibido, controlado por la Hermandad Blanca, y donde solo aquel que es capaz de hablar con el lenguaje del corazón puede entrar y volver vivo.



La mayoría de los exploradores al llegar aquí desiste de continuar por cuanto el lugar prueba violentamente a quienes sin haberse preparado lo suficiente se acercan, envolviéndolos en terribles tormentas y fenómenos atmosféricos.

Si uno se atreve a continuar desafiando el estrecho, peligroso y extenso cañón y la espesa jungla, pero sobre todo los propios miedos, llegará al cabo de tres días al pie de la montaña del Pantiacolla, donde los tres posibles ingresos a la ciudad son: a través de una oscura y engañosa Laguna cuadrada de aguas estancadas y profundas, llenas de feroces peces depredadores; o por una intrincada caverna laberíntica llena de abismos y habitada por jaguares; o por una casi invisible pero resbalosa cueva dentro de una cascada infestada de anacondas .


Dentro de la ciudad hay un templo, donde se encuentra “El Gran Disco del Sol”, verdadero Portal entre las dimensiones, y que alguna vez lució su esotérica magnificencia en los muros del Templo del Coricancha en el Cuzco.

La leyenda de Paititi ha perdurado en la mente de muchos hombres. Ya en el siglo XVII corría como reguero de pólvora la noticia de una ciudad fantástica, misteriosa , y que albergaba grandes tesoros que pertenecieron supuestamente a los incas.
Lo que más ha contribuido al conocimiento de la presunta existencia de Paititi son los pretroglifos de Pusharo. Estos extraños grabados habrían sido descubiertos en 1921 por el misionero dominico Vicente de Cenitagoya, hallándolos en una gigantesca roca que se acomoda a orillas del río Sinkibenia, considerado sagrado por los indios machiguengas.

Más tarde, los petroglifos fueron observados por numerosos exploradores. Ya en 1970, el sacerdote y antropólogo Torrealba, fotagrafió y estudió los grabados.

Muchos investigadores coinciden que los petroglifos no fueron hechos por los incas, entonces, ¿quién los hizo?

Pusharo no es la única evidencia de una obra humana en las enmarañadas selvas de Madre de Dios; también se han encontrado numerosas ruinas y hasta caminos parcialmente pavimentados. Las pirámides de Paratoari son una prueba fehaciente de estas obras.

En diciembre de 1975, el satélite norteamericano Landsat 2, que formaba parte de un ambicioso proyecto de la NASA, logró unas extrañas fotografías en la misteriosa cadena del Pantiacolla. El enigma se inició cuando el satélite fotografió en esta zona unos “10 puntos” – debido a la altura -, agrupados en pares (2 filas de 5) que sugerían según posteriores análisis, pirámides de cima trunca de proporciones enormes.

Por si todo esto fuera poco, en la insólita meseta se han reportado numerosas expediciones desaparecidas, perturbaciones electromagnéticas en los instrumentos, “apariciones” de inusitadas luces, ruidos extraordinarios que parecen surgir del suelo, y para añadirles el ingrediente final, los relatos de los machiguengas, quienes afirman – con total naturalidad – que al otro lado – con esto se refieren al Pongo de Mainiqui – existe una civilización muy antigua que lo “sabe todo”.
Paititi es una ciudad construida sobre la meseta del Pantiacolla. Una montaña donde nace el río Siskibenia, la cual era conocida en el pasado por los escasos habitantes de la zona, por estar atravesada por insondables túneles donde vivían los “Paco Pacuris”, quienes eran los Sabios Maestros Guardianes vestidos de blanco quienes cuidan los registros de la historia del Mundo.



A esta ciudad se accedería por el caudaloso y peligroso río Alto Madre de Dios, siguiendo más adelante por sus afluentes, desafiando la jungla, y llegando después de varios días al Pongo de Mainiqui o Cañon de Pusharo, donde sobre un muro vertical de piedra aparecen multitud de petroglifos con corazones y rostros humanos, los cuales advierten del ingreso en un territorio prohibido, controlado por la Hermandad Blanca, y donde solo aquel que es capaz de hablar con el lenguaje del corazón puede entrar y volver vivo.



La mayoría de los exploradores al llegar aquí desiste de continuar por cuanto el lugar prueba violentamente a quienes sin haberse preparado lo suficiente se acercan, envolviéndolos en terribles tormentas y fenómenos atmosféricos.

Si uno se atreve a continuar desafiando el estrecho, peligroso y extenso cañón y la espesa jungla, pero sobre todo los propios miedos, llegará al cabo de tres días al pie de la montaña del Pantiacolla, donde los tres posibles ingresos a la ciudad son: a través de una oscura y engañosa Laguna cuadrada de aguas estancadas y profundas, llenas de feroces peces depredadores; o por una intrincada caverna laberíntica llena de abismos y habitada por jaguares; o por una casi invisible pero resbalosa cueva dentro de una cascada infestada de anacondas .


Dentro de la ciudad hay un templo, donde se encuentra “El Gran Disco del Sol”, verdadero Portal entre las dimensiones, y que alguna vez lució su esotérica magnificencia en los muros del Templo del Coricancha en el Cuzco.

La leyenda de Paititi ha perdurado en la mente de muchos hombres. Ya en el siglo XVII corría como reguero de pólvora la noticia de una ciudad fantástica, misteriosa , y que albergaba grandes tesoros que pertenecieron supuestamente a los incas.
Lo que más ha contribuido al conocimiento de la presunta existencia de Paititi son los pretroglifos de Pusharo. Estos extraños grabados habrían sido descubiertos en 1921 por el misionero dominico Vicente de Cenitagoya, hallándolos en una gigantesca roca que se acomoda a orillas del río Sinkibenia, considerado sagrado por los indios machiguengas.

Más tarde, los petroglifos fueron observados por numerosos exploradores. Ya en 1970, el sacerdote y antropólogo Torrealba, fotagrafió y estudió los grabados.

Muchos investigadores coinciden que los petroglifos no fueron hechos por los incas, entonces, ¿quién los hizo?

Pusharo no es la única evidencia de una obra humana en las enmarañadas selvas de Madre de Dios; también se han encontrado numerosas ruinas y hasta caminos parcialmente pavimentados. Las pirámides de Paratoari son una prueba fehaciente de estas obras.

En diciembre de 1975, el satélite norteamericano Landsat 2, que formaba parte de un ambicioso proyecto de la NASA, logró unas extrañas fotografías en la misteriosa cadena del Pantiacolla. El enigma se inició cuando el satélite fotografió en esta zona unos “10 puntos” – debido a la altura -, agrupados en pares (2 filas de 5) que sugerían según posteriores análisis, pirámides de cima trunca de proporciones enormes.

Por si todo esto fuera poco, en la insólita meseta se han reportado numerosas expediciones desaparecidas, perturbaciones electromagnéticas en los instrumentos, “apariciones” de inusitadas luces, ruidos extraordinarios que parecen surgir del suelo, y para añadirles el ingrediente final, los relatos de los machiguengas, quienes afirman – con total naturalidad – que al otro lado – con esto se refieren al Pongo de Mainiqui – existe una civilización muy antigua que lo “sabe todo”.