sábado, 9 de abril de 2016

El Maestro de la Túnica Blanca


El Maestro de la Túnica Blanca

“Después de estas cosas tuve una visión,
y vi una puerta abierta en el cielo,
y la voz aquella primera que había oído
como de trompeta, hablaba y, me decía:
sube acá y te mostraré las cosas
que han de suceder después de estas”

(Apocalipsis 4,1)


Fuimos caminando con Mardorx a las afueras de la ciudad, guiados en todo momento por la blanca canepla que se mantenía siempre a una distancia constante de nosotros. Íba¬mos por un camino ancho y empedrado que cruzaba la ciu¬dad de un extremo a otro, acercándonos al pie de unos ce¬rros no muy altos y alejándonos del grueso de los edificios, que sabemos —por lo que nos han dicho—, que se extienden a gran profundidad en el subsuelo. En el firmamento, apare¬cía ocupando gran parte del horizonte, el gigantesco y colo¬rido planeta Júpiter. Mientras que al bajar la mirada, para ver por dónde iba, pude observar cómo se destacaba allí cerca, y delante de nosotros, una impresionante cúpula de un color blanco azulino, con destellos brillantes. Tenía en su parte su¬perior lo que parecía ser el símbolo de una estrella de seis puntas. Era este edificio la sede transitoria de los 24 Ancianos o Consejo de la Galaxia, lugar al que había llegado en algu¬nas otras ocasiones a través de los pasos interdimensionales. Recuerdo muy especialmente la de 1974, cuando varios de nosotros llegamos a estar delante mismo del Consejo, a través de un Xendra Gimbra.

La vereda terminaba en una rampa que ascendía hacia una inmensa y espectacular puerta, la cual se abrió a nuestro pa¬so. Dentro, el colorido era alucinante. Había cantidad de salas y corredores que se multiplicaban y abrían en todas direccio¬nes, pero el común denominador era la poca presencia de muebles. Seguimos nuestro camino hacia la derecha, y luego, más adelante, tomamos el lado izquierdo donde encontramos una rampa que ascendía formando una curva, con un peque¬ño escalón que se intercalaba cada tanto. Por ese lugar subi¬mos hasta un salón donde había esculturas de metal, muchas de ellas representando mundos, sistemas y toda clase de es¬tructuras estelares.

La esferita se nos había adelantado y se había ido al fondo de la estancia, donde apareció un hombre de cabello oscuro, vestido de blanco. De pronto, este personaje se detuvo a co¬municarse con la canepla, y luego lo hizo con el guía, quien también avanzó ligero hasta ubicarse delante de él. Yo quedé rezagado y a la distancia, quizás a la espera de la autorización para acercarme. De pronto, aquella persona alzó su brazo y su mano, llamándome con voz fuerte y melodiosa.

—¡Acércate, querido amigo!...

Me fui aproximando hasta quedar delante de esta persona de mediana edad, delgada pero a la vez fuerte y un poco más alta que yo. Tenía él un aura de sabiduría antigua, e iba vestido con una túnica larga y suelta. Su pelo —como lo había percibido a la distancia—, era largo y oscuro, con una raya en el medio, po¬derosas entradas y frente amplia. Su tez lucía tostada, como la de los árabes actuales, con bigotes y barba tupida, partida en el me¬dio, así como redondeada a los lados y en las puntas.

Ese rostro me resultaba familiar... mientras mi cuerpo se estremecía en su presencia.

—¡Discúlpame Maestro! —me apresuré a decir sin poder ocultar la emoción—, pero ¿eres quien creo que eres?...

—¿Qué dice tu corazón?

—¡Pues, mi corazón está a punto de estallar! —repliqué tartamudeando.

—No estás equivocado, y como ves, aún conservo las hue¬llas de mi última estancia en la Tierra—. Dijo esto y me mostró sus manos. Al extenderlas, se retrajeron las mangas de su túni¬ca dejándome ver unas terribles cicatrices de un color rosado anaranjado, como si fuesen ampollas de quemaduras más que huecos de clavos, ubicadas a la altura de las muñecas.

En ese instante, lo único que se me ocurrió hacer fue acer¬car temblorosamente mi mano derecha a la suya, y tocar con mis dedos su palma, la cual era dura y áspera pero muy cálida. De inmediato la retiré, porque entonces Él empezó a hablar.

—/Valió la pena ... —dijo, esbozando una sonrisa.

Su comentario produjo un lapso en mí. Me quedé en un profundo silencio y hasta pensativo. ¡No lo podía creer!... ¡Es¬taba delante del Maestro!... En 1987, durante mi tercer ingre¬so físico en una nave extraterrestre, cuando por primera vez los acompañaba físicamente en una nave a Morlen (Ganíme¬des), llegué a una de las ciudades de este satélite. Esa urbe era llamada “Confraternidad”, vivían alrededor de 12.000 personas de origen terrestre que fueron extraídas de nuestro mundo, en los últimos 300 años, rescatadas por los extraterrestres de lu¬gares como el “Triángulo de las Bermudas” o el “Triángulo del Dragón” en el Pacìfico, donde se abren cada cierto tiempo y por determinadas condiciones, puertas interdimensionales. Son Umbrales naturales que atrapan todo tipo de objetos me¬tálicos, junto con sus tripulaciones. Allí estaban siendo prepa¬radas para ser devueltas en pequeños grupos a nuestro mun¬do, a partir de Agosto de ese mismo año, para infiltrarse en nuestra sociedad y ayudar de esa manera a acelerar el gran cambio. También me dijeron en esa ocasión que ese año, se¬gún nuestro calendario, estaba regresando el Maestro a nues¬tra Galaxia, y específicamente a Morlen, con el fin de supervi¬sar el proceso de la humanidad de la Tierra.

Todo ello se me vino a la cabeza, como una multitud de imágenes y recuerdos que atiborraban mi memoria. Cuando reaccioné dije:
—Perdón, no entendí. ¿Qué fue lo que valió la pena? —pre¬gunté, sin recuperarme aún de la impresión.

—El darlo todo por amor en una existencia, porque con tal esfuerzo hoy el camino es más claro, abierto y accesible a todos.

—¿Pero fue en una o en varias? —inquirí, quizás con in¬solente curiosidad.

—¡La última fue la mejor aunque resultó la más dura!

Su respuesta fue un bálsamo para mí, porque la había da¬do con un especial sentido del humor. Había en Él una cor¬dialidad tan especial y maravillosa, que sinceramente no me sentía digno de estar allí. Y hasta me avergoncé de haberlo tra¬tado tan familiarmente y de haber indagado.

Él se dio cuenta de mi conflicto de emociones y pensa¬mientos, y entonces, como dándome una mano espiritual me hizo una pregunta.

—¿Qué te aflige mi amigo?

—¡A tu lado me siento bien, y pareciera que nada impor¬ta, Señor! Pero en el mundo las cosas están difíciles... —res¬pondí sin poder evitar una cuota de desaliento. Sentía que po¬día desahogarme en Él.

—Es una etapa difícil, es cierto ¡pero en la medida en que haya más gente entregada al servicio a los demás habrá más esperanza y amor en el mundo!, ¡eso es lo que cuenta!

—¿Y para qué, Maestro? ¿En qué consistió realmente tu mi¬sión?... Durante estos años hemos escuchado muchas cosas de Ti, pero resultan incompletas —repliqué atropellando con mis pensamientos y mis preguntas desordenadas.

—Hubo un momento en que había que crear esa esperan¬za de la que te hablé. Se había llegado a una situación crítica en que parecía inviable construir un puente de luz de unión entre los tiempos y los universos. Había muchos seres que tra¬taban de asegurar la supervivencia de la humanidad, y el cumplimiento de su labor, ayudando al ser humano a descu¬brir las expectativas cósmicas que pesan sobre él, pero la labor del acechador había sido muy grande, neutralizando este pro¬ceso de despertar y darse cuenta.

No faltaron quienes hasta llegaron a dudar de que la huma¬nidad lo lograría... Entonces, ¡yo me ofrecí para intentarlo! ¡Vine a unir las orillas¡ y a acercarlo que estaba alejado! ¡Pedí la opor¬tunidad para tratar de vivir el amor hasta las últimas conse¬cuencias y dar esperanza, poniendo lo mejor de mí al servicio del Plan!... Pero sin el apoyo del Padre, no hubiese podido...

En verdad te digo: vine a recordar qué es lo que se espera de nosotros y a aprender y enseñar el cómo, para que se haga, o por lo menos se intente...

—Tus palabras recogen muchos de los pensamientos que los Guías nos han transmitido en todo este tiempo. ¿Por qué es así?

—Ellos también están aprendiendo a ser buenos discí¬pulos...

Observé en ese momento que, al hacer su último comen¬tario, el Maestro dirigió una mirada benevolente y una sonrisa cariñosa hacia Mardorx.

—¿Y cómo entonces? ¿Cómo podemos acercar lo que esta¬ba distante? —volví a preguntar, retomando sus palabras.

—¿Recuerdas cómo durante mi vida puse énfasis en las cu¬raciones? Pues de eso se trata. Hay que sanar el alma de la hu¬manidad a través del “amor en el perdón”... Mi misión fue en¬señar que el amor es la fuerza más poderosa del universo, ca¬paz de abrir impenetrables muros y enlazar abismos insonda¬bles; y que sí es posible vivir para amar, morir por amor y...

—¿Resucitar en el amor...? —contribuí casi sin darme cuenta por seguir cada palabra de su hermosa enseñanza.

—En verdad así es, y la humanidad va a ser requerida en un gran esfuerzo de amor cuando sepa su naturaleza y origen. Allí va a tener que ser capaz de perdonar mucho, tanto a aque¬llos que permitieron que vinieran de afuera otros con actitudes equivocadas, como a los acechadores y a quienes estuvieron a su servicio saboteando el proceso. Pero si antes no se ha ejerci¬tado ese “perdón” en lo diario y cotidiano, en lo prioritario y más cercano, fracasará la misión colectiva.

—¡Entonces se confundió Tu mensaje! No entendieron lo que dijiste, ni lo que hiciste. Al final no valoraron la impor¬tancia del perdón como medio transformador, y por el contra¬rio, creyeron que Tú ya lo habías hecho todo, y que bastaba con tenerte fe...

Cuán necesaria es en esta época la reconciliación de los se¬res humanos consigo mismos y con los demás. Pensaba para mis adentros... ¿Pero qué estaba diciendo yo? ¿Cómo podía ser que estuviese allí viviendo esa experiencia y dirigiéndome al Maestro de una forma tan sencilla y coloquial?... ¡Pero... sí, es¬taba allí y era real!

—¡Yo soy el mensaje! ¡Y el mensaje fue mi vida! En lo que hay que tener fe es en el amor... —afirmó el Maestro, con mu¬cha energía.

—Eso ya lo tengo claro... discúlpame Señor que cambie de tema, pero ¿por qué en los Evangelios dicen que Tú eres “el Señor del tiempo”?

—¿No has aprendido bien la lección que te han enseñado los hermanos del espacio o es que me estás tomando la lección a mí?... —se sonrió, como cuando uno festeja una inocente travesura de un niño—. Con mi vida, lo que se logró fue acer¬car el tiempo que vive la humanidad con el tiempo en que se desenvuelve el universo, de donde llegaron aquellos que fue¬ron llamados ángeles. Mi vida supuso un portal que se abrió, un puente que se tendió desde aquí hacia allá, y que ahora es¬pera ser reencontrado y transitado... También había que ele¬var al ser humano por encima de su condición de “proyecto “, dignificándolo delante de los demás mundos y civilizaciones, logrando niveles nunca vistos que permitieron acercar nues¬tra existencia material y mental con el Universo Espiritual.

—Es complicado todo eso que los extraterrestres nos han venido diciendo, de que estamos viviendo en un tiempo al¬ternativo que realmente no existe y que hay un tiempo real del universo que es el que sí existe. ¿Pero es que acaso el tiempo no es sólo una creación mental, una forma referencial? ¿Qué vendría a ser el tiempo entonces? (Ya para ese momen¬to, estaba maravillado de tener la oportunidad de preguntar y ser esclarecido de la forma que lo estaba siendo. Por supues¬to, estaba aprovechando la situación al máximo).

—¡Ciertamente es complicado! —contestó el Maestro—. Y te lo voy a explicar como aquí lo enseñan a los niños, para que lo puedas unir con todo lo que te han dicho antes: el Tiempo es la Creación misma, pero es que después de la última creación hubo una creación alternativa o segunda creación, o llámale si deseas recreación, afectando los procesos originales. Un cír¬culo tocando otro círculo.

—¿Como un número ocho o el símbolo del infinito? —pre¬gunté intrigado.

—Es cierto... —dijo el Maestro demostrando una paciencia in¬finita—. Después de que alcancé traspasar el umbral de la séptima dimensión, fue como un sello simbólico que se abrió, así como una realidad que se concretó, descorriéndose los velos del conocimien¬to que iluminarían las vidas de aquellos buscadores de la verdad, para que cada cual también lo intente. Estaba en la séptima di¬mensión conectando con el Universo Espiritual, pero a la vez po¬día desplazarme a voluntad hacia una octava dimensión, por cuanto fui considerado “Hijo de Dios” por derecho propio (mérito).

Una vez resucitado no podía permanecer aquí material¬mente, pues ya pertenecía a otra realidad dimensional, aunque conservaba el cuerpo físico. Por ello tenía que ubicarme fuera de aquí para dar opción como para que cada uno hiciese su par¬te, y así cimentar el proceso de construcción del puente...

—¿El de la reconexión cósmica, que permita integrar las dos realidades paralelas? —aporté impulsivamente.

—¡Muy bien, la lección está aprendida!... ¡Y habrá enton¬ces un nuevo tiempo, y una nueva tierra así como un nuevo ser humano! Esto significa una renovación total...

—¿Y dónde has estado realmente todo este tiempo? —lan¬cé mi consulta como queriendo complementar la información que tenía.

—¡Bien lo sabes!... Porque ellos (los Guías) ya te lo habían comentado hace unos años. Pero veo que quieres una descrip¬ción más detallada del asunto.

Cuando una nave enviada por la Gran Hermandad Blanca del Universo me recogió de la Tierra, poco tiempo después de mi resurrección, fui llevado al espacio exterior. Primero llegué donde el Consejo de los Veinticuatro Ancia¬nos de la Galaxia; después, seguí mi camino hacia el Centro del Universo Local y llegué al Consejo de los Nueve de An¬drómeda, que me acogió hasta que el tiempo fuese cumplido para la humanidad de la Tierra. Luego, hace poco, volvía la Vía Láctea y al interior del Sistema Solar, encontrándome co¬mo ves actualmente en este lugar y muy cerca de regresar al mundo.

Ahora te pregunto yo a ti y todos a través de ti a la huma¬nidad: ¿dónde han estado todo este tiempo?
¡Ay caramba!..., ahora me encontraba en problemas, por¬que no sabía qué responderle. Yo era un ser humano insigni¬ficante, ¿qué podía contestarle?

—Supongo que buscando, Señor... Buscando en todas partes -contesté como sintiéndome atrapado y sin salida, condenado a un irremediable tirón de orejas.

—No busquen fuera de la gente ni fuera de ustedes... Con los demás está su misión...

Nuevamente su comentario me llenaba como alimento el espíritu. Y sin poder controlar mi inquietud continué con mi andanada de preguntas.

—¿Y por qué estás aquí Maestro? —aunque tenía una idea, quería escuchar su versión.

—La puerta de conexión del Sistema Solar con el Universo en el Tiempo Real está en esta zona (las lunas de Júpiter) y no falta mucho para que la humanidad se percate de su existencia.

La respuesta me dejó pasmado. Estaba sorprendido por lo que me dijo.

—¿Cuándo será el día en que se sepan y se cumplan estas cosas? —seguí sonsacando sin parar.

—Ya se está acercando, los acontecimientos así lo manifiestan. Por ello estoy cada vez más próximo... —enfatizó el Maestro.

De pronto irrumpió Mardorx, aprovechando que el Maes¬tro hizo un silencio y lo había mirado como con complicidad, esperando que dijera algo y no fuera un convidado de piedra.

—Mas, son ustedes los que lo están acercando, desde el mo¬mento en que se va produciendo un proceso de definición co¬lectivo del ser humano. Porque si crecen en conciencia descu¬brirán que tienen una labor para con ustedes mismos y otra para con los demás.

—¡Ciertamente!... —dijo el Maestro, celebrando al Guía presente—. El momento actual los está invitando a asumir su lugar en la fiesta del cambio. No se resistan a ser felices y a ce¬lebrar.

—Perdón por la consulta, pero ¿qué ha sido de tus apósto¬les? En la actualidad, como parte de los delirios y desequilibrios de los egos, hay cantidad de gente en la Tierra que se cree la encarnación o reencarnación de tus primeros seguidores.

—¡Tú lo sabes, también te fue dicho! Pero se ve que quieres que yo mismo te lo confirme... Muchos de mis apóstoles que se identificaron con el proceso, sellaron su propia cristificaci6n, según el grado de conciencia y compromiso, muriendo por amor. Y por ello, no volvieron a encarnar en la Tierra, sino que lo han hecho en planetas superiores, siendo ahora parte de las jerarquías extraterrestres que vienen solidariamente a colabo¬rar. ¿O es que acaso no les dije “que les prepararía un lugar allí donde yo iba’?

—Pero, Señor ¿por qué tiene que ser a través de un cami¬no de sufrimiento? ¿No es como pedirle a la gente que sea re¬signada, conformista o hasta masoquista?

—¿Por qué se templa el metal en la fragua con golpes de martillo? ¿Por qué los cristales en las rocas se forman a partir de grandes presiones? ¿Porqué el sufrimiento y el dolor de una madre que está pariendo? ¿Por qué se ama tanto lo que más nos cuesta lograr? Dios no desea el sufrimiento de nadie, pero tampoco puede impedir el aprendizaje.

El dolor y el sufrimiento son parte de una dinámica univer¬sal de crecimiento en conciencia. Constituyen ambos, parte de un mecanismo mediante el cual interactúan las leyes que diri¬gen la evolución en el universo material. Y siendo sus opuestos el gozo y la plenitud el dolor y el sufrimiento son llaves para el co¬nocimiento y el reconocimiento de muchas cosas.

El camino es un eterno aprendizaje en el amor, y en el ser¬vicio. Aunque trasciendan el sufrimiento en ustedes mismos siempre habrá otros que lo vivan, por lo que podrán seguir cre¬ciendo como seres humanos, al conmoverse y solidarizarse con los demás. El sufrimiento inspira compasión, y esa es la prue¬ba en la que se crece. Cuanto más conscientes sean, menos su¬frimiento vivirán en ustedes mismos, pero no dejarán de sentir el dolor ajeno, porque ello les permitirá seguir amando. No se apeguen a la formas, para que puedan cultivar la paz interior, y así sus vidas serán una señal de fortaleza y coraje para el mundo y otros muchos, como una luz de esperanza al final del camino.

—¿Pero, no podría ser de otra manera? ¿Por qué tener que luchar y enfrentar; sufrir y llorar; crecer y sentir dolor?—. De un momento a otro me embargó una sensación de tristeza. Por una parte, las respuestas me resultaban claras, pero por otro lado había una suerte de rebeldía en mí.

—El universo fue creado perfecto, pero como una semilla... La semilla es perfecta en sí misma, pero no puede quedar igual para siempre, tiene que cambiar; transformarse en planta, dar frutos y generar otras plantas.

El universo aun sendo perfecto, evoluciona, cambia, innova, mejora y sobre la marcha, se adapta y se corrige. Los seres hu¬manos tenemos que ser agentes de nuevas y profundas transfor¬maciones. Podemos y debemos perfeccionar lo perfecto, sugirien¬do e implementando nuevas formas y alternativas que le devuel¬van la capacidad de transformación y cambio al universo; pero esto ha de hacerse desde la esencia misma y en contacto con ella.

La vida es una experiencia de aprendizaje en el cambio, y las transformaciones siempre arrastran consigo algún tipo de violencia.

—¿Y por qué todo esto? Perdóname Señor, pero pienso que esta es una oportunidad única como para interrogarte so¬bre aquellas cosas que todos hubiéramos querido siempre pre¬guntarte. Han sido dos mil años y la humanidad no ha pro¬gresado en esencia. Su espiritualidad es superficial, inclinán¬dose siempre a ser sectaria, fanática e inconsecuente. ¡Quizás hasta hemos involucionado!

—Muchos han reaccionado, y todos ellos son motivo de es¬peranza e inspiración para los demás... dijo el Maestro mi¬rándome con ternura y aportándome paz con su mirada.

—¡Pero son pocos en relación con el colectivo! ¿Qué va a pasar con la mayoría? —pregunté con cierta angustia.

—Bueno... ya llegó entonces el tiempo en que quedará cla¬ro el porqué y el para qué de todo este largo peregrinaje. Aho¬ra ha de cumplirse lo que tiene que ocurrir, y para lo que uste¬des han colaborado. También es el momento como para que no se dé aquello que se trató de evitar.

El tiempo que ha transcurrido ha tenido su razón de ser; y al haber sido difícil, ello nos garantiza la calidad e importan¬cia de la misión del ser humano en este mundo.

Aquellos que como tú están contactados con otras realidades, actúan hoy como una suerte de profetas del nuevo tiempo, y por ello, no deben dejarse arrastrar por el desaliento, la apatía o el pe¬simismo; por el contrario, miren a su alrededor y verán un terre¬no fértil donde arar. Verán que nunca antes como ahora, hay más sed de vida y hambre de amor siendo muchos los corazones men¬tes y almas dispuestos a dar lo mejor de sí para lograrlo. Requie¬ren todos ellos una guía, una orientación; alguien que como ellos lo trate de conseguir y esté dispuesto a enseñarlo viviéndolo en sí mismo. Y es que falta tan poco, que en esta etapa se requiere que haya quienes desde el mismo colectivo humano alienten y estimu¬len a unirse a la distancia, en una misma intención, a todos aquellos capaces de actuar de una forma práctica, y que ya vie¬nen aportando el valioso tesoro de sus meditaciones y oraciones.

Ciertamente ha sido un largo peregrinaje de miles de años para el ser humano, de millones de años para el universo; pe¬ro de pocos segundos a escala cósmica para que se llegue a ter¬minar de aprender y hoy se pueda enseñar.

¡Yo lo hice, y muchos lo están haciendo también!

—¡Entonces, no lo estamos haciendo tan mal! —al hacer este comentario, mi estado de ánimo nuevamente empezaba a cambiar.

—No lo están haciendo mal, pero podrían hacerlo.

—el Maestro dijo esto, tomándose ligeramente serio.

—Qué es lo que a fin de cuentas no tiene que ocurrir?

Planteé esta pregunta por aspectos que no había entendi¬do de lo que anteriormente le había escuchado.

—El fin violento y cruel... la destrucción indiscriminada de todo el planeta...

—¿Pero no han sido suficientemente crueles todas las gue¬rras, pestes y enfermedades? Señor, sé que en tus tiempos no era mejor, pero hasta la semilla que dejaste se contaminó—. En ese momento se me cruzaron por la mente las imágenes más te¬rribles que el egoísmo inhumano ha producido.. .Y experimen¬té un profundo dolor en mi corazón, que me hizo sentir más que triste.

—La semilla cayó en distintos terrenos, y si bien es cierto que una parte significativa se contaminó por libre opción o por falta de fuerza, hay otra parte que sí ha dado buen resultado. Y es más de lo que pueden imaginarse. Pero aun la mala semilla trans-formada en planta, al ser consumida por el fuego purificador de los cambios, se recicla, vuelve a la tierra y la fortalece.
Como bien saben, yo no be sido el único mensajero ni el único sembrador. Ha habido muchas buenas cosechas a lo lar¬go de la vida humana, consecuencia de la buena siembra de muchos eficientes obreros. Hoy hay semilla seleccionada que está aguardando que el campo termine de ser preparado.

Cuando me tocó sembrar, les enseñé que había dentro de cada uno un poder y una sabiduría a la que debían despertar, y que Dios mismo la ha colocado dentro de nuestras mentes y corazones como un don, para que seamos un reflejo conscien¬te de Él. Ahora deben despertarla, aplicándola con fe para ase¬gurar la transición definitiva del mundo y de la humanidad hacia un nuevo estado. Para que pasen rápidamente de la siembra a la cosecha...

Había podido apreciar que en sus últimos comentarios, el Maestro había recuperado la alegría, contagiándomela. En ese momento, el Guía Mardorx, no queriendo interrumpir demasia¬do bruscamente la conversación, intervino de nuevo, diciendo:

—¡Para esto se los preparó a lo largo de muchas encarna¬ciones, y nunca antes como ahora tienen en sus manos la po¬sibilidad de sellar con éxito lo empezado!

—¡Hasta hace poco conocían en parte!... —retomó la conversación el Maestro, de una forma enérgica—, pero ya es mo¬mento de madurez, como para que conozcan más profunda¬mente el porqué de las cosas. Porque nada acontece en vano ni porque sí. El crisol donde se ha ido formando y purificando la humanidad ha sido fuerte. Por ello, cuando lleguen a dominar las leyes que todo lo regulan, no serán nunca más arrastrados por la indiferencia ni la negatividad, sino que más bien se sen¬tirán conminados a una entrega mayor, en un servicio más compro metido

Los demás serán el motivo de la existencia de ustedes, como lo ha sido para mí; y la recompensa serán la paz y la verdade¬ra felicidad que se alcanza al saber darle sentido a la vida...

Con todo lo último que había escuchado, mi ánimo nue¬vamente se había fortalecido, por lo que me decidí a volver a preguntar:

—¿Cuándo veremos las señales definitivas del cambio po¬sitivo?

—Ya se han venido dando... ¡Ustedes mismos son parte de esa señal... sólo que están demasiado ansiosos, a la vez que demasiado atentos a aquellas otras señales que apropósito son difundidas, manipuladas y exageradas como para confundir¬los y desanimarlos.

—Aunque la pregunta sea algo tardía, quisiera saber ¿por qué estoy aquí? Si no merezco nada de esto, ¿por qué se me ha concedido esta oportunidad y privilegio?

—Porque te ubicaste al margen de las estructuras de las ins¬tituciones religiosas; políticas, filosóficas, manteniendo una fé¬rrea voluntad de universalismo, representando a todos y a nadie en especial, estando con todos por igual... Y porque al asumir la actitud correcta en el amor, a través de ti y de muchos como tú llegaremos a los corazones y las mentes de grandes mayorías que se encuentran frustradas, decepcionadas y confundidas.

—¿Qué debo hacer ahora? -dije, sintiendo que mi pecho estallaba.
—¡Ve y haz lo que debes hacer!... Y comparte con todos el mensaje de amor en el perdón y en el cambio, dando siempre el énfasis y la importancia a la esencia y no a la forma.

—¡Es tiempo de que regreses al Xendra! —se apresuró a decir el Guía Mardorx.

—¡Maestro, no te demores en volver! —le dije, mirándole á sus ojos, con palabras que se me atoraban en la garganta.

—Ahora no depende de mí ni del Padre-Madre. Depende única y exclusivamente de ustedes, porque no voy a volver pa¬ra juzgar a nadie sino a participar de una evaluación final, que quedará a cargo de la propia humanidad. Yo mismo les enseñé a que no juzgaran... Más bien no se demoren en darse cuenta y culminar lo que deben hacer.

¡Ve en Paz!...

Los largos dedos de la mano de Mardorx se posaron en mi hombro, me hicieron girar y me condujeron hacia la rampa. Volví entonces el rostro para darle una última mirada a aquel
campeón de la espiritualidad, observando que también Él se iba alejando hacia el fondo de la sala.

Fui conducido hacia el exterior de aquel gigantesco domo que, como dije antes, es sede actual del Consejo que represen¬ta a todos los mundos más evolucionados de nuestra galaxia.

Al salir, tenía la mirada puesta al frente. No me animé a ha¬cer mayor comentario con Mardorx, porque aún estaba medi¬tando una a una las palabras del Maestro y no quería olvidar na¬da. Al salir, la atmósfera cambiaba y aparecía deslumbrante la ciudad Cristal de Morlen y aquel extraño firmamento... Cruza¬mos andando de extremo a extremo la población hasta las afue¬ras de la ciudad, donde se encontraba aquella media luna ra-diante de energía, que era el portal que me trajo y que ahora me regresaba. Entonces, el Guía se despidió de mí, tocándome una vez más los hombros con sus manos, y me dijo:

—¡Vuelve ahora porque ya es tiempo de que te reúnas con todo el resto! No olvides cuán importante es que no descuiden la responsabilidad que tienen entre manos y el momento ex¬traordinario que están viviendo, que les permitirá que todo lo que hagan, piensen y deseen se materialice para bien de todos. Las puertas de la Hermandad Blanca de la Tierra han sido abiertas para que desde sus predios puedan hacer su labor y cumplir sus objetivos. ¡Esa es la razón de sus viajes a los Reti¬ros! Además es un privilegio que les concede la vida, el ser ca¬paces de tanto si aprovechan la oportunidad para crecer y crear un futuro distinto.

¡Amor y paz, Tell-Elam!

—¡Amor y paz! —respondí yo, mientras entraba en el vórti¬ce de energía que me llevaría de regreso a Quintero, en Chile.

La noche estaba fría al pie de la laguna, cuando me hallé a mí mismo caminando... La experiencia había producido en mí una paz indescriptible, por lo cual me fui hacia la orilla de la laguna y me senté a meditar, agradeciendo desde mi inte¬rior, todo lo vivido. Estaba ensimismado cuando llegaron al lu¬gar Carmen y Elvis, interrumpiendo mi silencio, y preguntán¬dome si había podido ubicar el Xendra. Les dije que sí y les señalé los árboles, por lo cual rápidamente se encaminaron ambos hacia allá. Al rato regresaron muy emocionados, por cuanto Elvis había visto la energía y al ingresar en ella, se ha¬bía sentido como absorbido por un remolino de luz, obser¬vando a la distancia como un planeta de color violeta. La sen¬sación de temor frente a lo desconocido fue tan fuerte, que se arrepintió y bruscamente salió del Umbral. Aproveché enton¬ces para contarles algo de lo que me había tocado vivir sin ha¬berlo buscado yo. Ellos quedaron sorprendidos.

Poco después fueron llegando uno a uno los convocados, que se hallaban repartidos en una extensa zona. Una vez reu¬nidos, nos marchamos de regreso al campamento, con la in¬tención de hacer los comentarios junto con los demás. Aunque por ser tan tarde y faltar pocas horas para que amaneciera, muchos se fueron directamente a dormir.

Aquella madrugada del 22 de marzo de 1998 quedaría co¬mo un recuerdo imborrable en mi vida, y requeriría dos años poder asimilarla y plasmarla por escrito.

El domingo por la mañana, mientras compartíamos la experiencia vivida en el Xendra y nos preparábamos para termi¬nar el encuentro, alguien pidió que miráramos todos al cielo, y allí observamos una enorme equis en un cielo despejado, exactamente arriba de nosotros, como formada por unas ca¬prichosas y solitarias nubes.

Fue interesante escuchar el testimonio de Oscar Jaar y su esposa Guisela, de Chile, quienes narraron la experiencia que les tocó vivir, según sus propias palabras:

Era la última noche que estábamos en el encuentro y re¬cibimos de los Guías, que debíamos ir a buscar un Xendra no más de catorce personas, las mismas que Sixto identificó. Sali¬mos los catorce en busca de la Puerta Dimensional que, su¬puestamente, ya estaría formada, cruzando un arroyo y dirigiéndonos hacia la loma donde el día anterior algunos había¬mos recibido los Cristales de Cesio.

Empezamos a caminar en dirección hacia la Cordillera de la Costa, bajo una Luna llena que nos alumbraba la marcha. Yo iba adelante buscando el lugar y tratando de percibir por mí mismo, sin guiarme por Sixto, para no dejarme influir. De pronto, cuando habíamos caminado unos trescientos metros, empiezo a ver delante de mí mi sombra (lo extraño era que la Luna estaba frente a nosotros, lo que hacía imposible que mi sombra estuviese adelante). Luego, veo dos figuras huma¬nas luminosas, como doradas. Se lo comenté a Sixto, y des¬pués de haber caminado un poco más, nos dijo que nos volviéramos.

Nos dimos la vuelta y entonces le comenté que podríamos detenernos a visualizar dónde estaba la concentración de ener¬gía, mientras miraba al cielo, tratando de encontrar una señal.

Llegamos a la orilla de la laguna y Sixto nos dijo que nos separáramos y nos volviéramos a encontrar en una hora. Eran las 2:20 a.m.

Salí en dirección al Este, siempre buscando el Xendra. Y cuando había caminado cerca de doscientos metros, nueva¬mente me encontré las dos formas lumínicas de un color blan¬co azulado; una a mi izquierda y otra a mi derecha. En un principio, por mi formación científica, pensaba que podía ser un reflejo del rocío en mi cortaviento, pero luego me di cuen¬ta de que sólo lo había percibido unos cincuenta metros antes de detenerme.

De pronto sentí que no debía seguir caminando, y dejé de ver a esos dos seres; pero visualicé que detrás de mí había al¬guien muy alto, quizás de unos tres metros, con espalda an¬cha y cabeza redonda. Al girar para buscarlo, no lo encontré. Luego observé como a unos sesenta metros de distancia en¬frente de mí, a alguien que se acercaba y me di cuenta de que era Guisela. Al llegar a mi lado, le indiqué que a mi izquier¬da estaba contemplando una luminosidad que se movía en el suelo y que yo entendí como una acumulación de energía. Guisela entonces se dirigió hacia allá. Yo me acerqué unos metros, pero no tanto como lo que avanzó ella. Giré hacia el sur y miré el cielo, que estaba completamente despejado y vi una esfera de unos 35 cm de diámetro, de color magenta, que envió un haz de luz cilíndrico hacia mi cabeza. Pude ver a través de su centro, pero después no recuerdo más de ese momento.

Al ratito llegó Guisela y me contó que había vivido una ex¬periencia importante, por cuanto al haberse alejado siguiendo la luz en el suelo, esta se desplazó hacia el Norte, hasta dete¬nerse en un punto sobre el cual cayó un haz de luz blanca que iluminó en su interior la figura de un ser de unos dos metros de altura, calvo, de piel cobriza, de boca recta, hombros rec¬tos y angostos, vestido con un traje blanco muy ceñido al cuer¬po y botas blancas. La figura y los colores eran tan nítidos, que parecía estar físicamente allí. Guisela se paró a unos dos me¬tros de él y quiso avanzar, pero el ser la detuvo, diciéndole que previamente positivizara sus chakras. Ella obedeció y cuando estaba iluminando el chakra de la garganta, con voz autoritaria le dijo que avanzara hacia él, quedando a escasos 50 cm de distancia de su cuerpo. En ese instante descendió un nuevo haz de luz blanco, pero esta vez de 1,5 m de diámetro y apareció otro ser, ahora femenino y bajito, como de 1,4 m de altura, rubia, de ojos verdes, que tenía en su mano derecha los dedos cubiertos (los cinco), como con unos dedales negros que en su punta eran de color verde. Ella se quedó observan¬do a Guisela de cerca, con curiosidad, mientras pasaba su ma¬no y sus dedos perpendicularmente al cuerpo, moviéndola verticalmente frente a ella.

Mientras este ser femenino examinaba a Guisela, el guía comenzó a hablarle diciéndole: —Para contactarse con los maestros de la Hermandad Blanca, es necesario estar relaja¬do, mentalmente descansado y saber guardar silencio”... En¬tonces, proyectó como en una pantalla que apareció enfrente de ella, de unos 50 x 50 cm, la imagen de un maestro que te¬nía una capa magenta como la del Papa y un gorro extraño. Desapareció la pantalla y continuó hablando: —Cuando los 24 se reúnan con el Maestro Jesús, no será por medio de un Xendra...

Guisela sabía que se refería a los 24 que tienen que reci¬bir el Libro de los de las Vestiduras Blancas (historia de la hu¬manidad y de las civilizaciones que aquí han intervenido).

El Guía retrocedió un paso. Saliendo del cilindro de luz desapareció, elevándose luego el cilindro junto con el ser fe¬menino. Luego Guisela se volvió y se acercó a mí. Eran las 2:45 a.m., cuando le dije entonces que esperáramos hasta las 3 a.m. para volver. Fue allí cuando apareció delante de mí, a unos diez metros, un anillo dorado girando sobre su eje; y so¬bre él, un triángulo azul con un círculo en el interior. Se lo co¬menté a mi compañera y ella me dijo que veía sobre mi cabe¬za, una pirámide azul. En ese momento recordé un sueño en el que aparecía Sixto. Fue hace ya un tiempo. Él tenía un re¬loj que llamaba la atención y yo lo comparaba con el mío, co¬mo si se comparasen más que relojes, tiempos diferentes.

La energía era tan fuerte en el ambiente que me senté en el suelo y apoyé mi cabeza entre las rodillas, y al levantarla no sa¬bía dónde me encontraba. Le pregunté entonces a Guisela: ¿dón¬de estamos? Ella me contestó, si yo estaba bromeando, por lo que volví a preguntarle y ella me contestó que en Chile. En ese instante observé que a mi alrededor y al girar la cabeza, veía las imágenes, cuadro por cuadro. Pregunté a continuación: ¿En qué parte de Chile?. Y ella me respondió que en Quintero.

Luego nos volvimos a reunir con el grupo, llegando algo atrasados porque faltábamos nosotros y Carlitos. Sixto —visi¬blemente emocionado—, aprovechó para consultarnos lo que habíamos vivido. Guisela contó su experiencia y Sixto nos contó que había estado con el mismo ser y que se llamaba Mardorx de Xilox.

Al término del Encuentro, ya en nuestra casa, llamamos a Vicky Beer, de Tijuana (México), y ella nos narró muy entu¬siasmada, la experiencia que tuvo la misma noche del Xendra y a la misma hora, según la correspondencia horaria. Ella ha¬bía entrado en su estudio, donde está la computadora, para re¬visar su e-mail, y en el momento en que se sentó frente a ella, vio un resplandor violeta en el centro de la habitación. Pensó que era un mensaje de que debía apoyar a los grupos de Chi¬le y decidió sentarse a meditar ahí. Apenas cerró los ojos, vio descender un haz de luz blanco sobre ella y se sintió elevada a toda velocidad hacia una nave, donde se vio en una habita¬ción completamente blanca y frente a ella un ser exactamente igual al que describió Guisela y que Sixto identificó como Mar¬dorx. Ella recuerda que este ser le habló durante largo tiempo. Y cuando regresó de la experiencia, estaba completamente he¬lada. Había pasado una hora y no recordaba lo que le dijeron, pero sabía que era una experiencia real.

En una meditación en casa, el 13 de abril de 1998, me ex¬plicaron que la experiencia vivida el 22 de marzo, simbolizaba que los dos tiempos se habían unido, y que esto lo habían rea¬lizado Seres del Universo Espiritual, explicándome que si el ani¬llo giraba de izquierda a derecha, significaba que estábamos volviendo al punto de origen, y que el triángulo simbolizaba el Universo Espiritual. Al terminar la meditación, confirmé que el mismo ser que me habló a mí, le había transmitido un mensaje a Guisela, diciéndole que la puerta 14 está en nuestro interior y que la Estrella de la Misión Rama es la Puerta 14, y nosotros so¬mos los guardianes del Real Tiempo y del Real Templo.

El año 1998 todavía guardaba algunas otras sorpresas, co¬mo fue el hallazgo de ozono en Ganímedes. De acuerdo con las informaciones que salieron en los periódicos, el telescopio espacial “Hubble” exploró el satélite de Júpiter y encontró huellas de un espectro de ozono, según informó Keith Noll, del Space Telescope Science Institute de Baltimore, Maryland. Anteriormente había detectado una diminuta atmósfera de oxí-geno en la luna Europa.

“El ozono, que protege la vida en nuestro mundo de las ra¬diaciones dañinas, está siendo producido en Ganímedes. La cantidad detectada es pequeña en comparación con los están¬dares de la Tierra. El total es sólo una diminuta fracción (en¬tre el 1 y el 10 por ciento) de la cantidad de ozono destruido cada invierno en el agujero de ozono de la Antártida.

Contrario a la producción de ozono en la atmósfera de nuestro planeta, el ozono de la luna jupiteriana se produce por partículas cargadas atrapadas en el poderoso campo magnéti¬co de Júpiter (tal como el cinturón de radiación de Van Allen en la Tierra).

La rotación de Júpiter, de 9 horas y 59 minutos, arrastra es¬tas partículas a una tremenda velocidad que sobrepasa el len¬to movimiento de Ganímedes, de modo que llueven sobre la superficie.

Las partículas cargadas penetran la helada superficie y es donde se rompen en moléculas de agua, pero los pasos exac¬tos que sigue a la producción de ozono todavía no son en-tendidos completamente, de acuerdo con Noll.”

Los viajes y las actividades diversas con los grupos en el mundo continuaron, y con ellos la recepción de nuevos men¬sajes como los que a continuación transcribo, que considero significativos por cuanto también hacían referencia a lo que sería el año 1999.